Muchos fueron los llamados pero pocos los elegidos. Tal como reflejó Tom Wolfe en su libro «Elegidos para la gloria»,
la carrera espacial por enviar al primer hombre al espacio se tradujo
en un proceso de selección y entrenamiento solo apto para súperhombres.
Con los primeros astronautas (estadounidenses) y cosmonautas
(soviéticos), nació una élite irrepetible de hombres extraordinarios que
llenaron portadas e hicieron soñar a los niños con las estrellas. Por
eso, la reciente muerte del astronauta John Glenn, el pasado 8 de
diciembre a los 95 años, trajo a la memoria de los más veteranos la
leyenda de los «hombres de hierro» que, como el soviético Yuri Gagarin,
pusieron en grave riesgo su vida para llegar allá donde nadie había
llegado.
El
lanzamiento del primer satélite, el Sputnik, hizo estallar una osada y
vertiginosa Carrera Espacial con los programas Mercury y Vostok para
poner al hombre en órbita
«Los médicos no estaban seguros de si iban a sobrevivir», dijo para AFP el experto en política espacial John Logsdon. En los comienzos de la Era Espacial, se temía que la enorme aceleración de los cohetes y la microgravedad matara a los tripulantes de las naves. Y además no se sabía qué podía ocurrir por estar en el espacio. «Era un nuevo territorio», recordó Logsdon.
Y aún así, la Guerra Fría, declarada oficialmente en 1949 con el primer ensayo nuclear soviético,
dejó claro enseguida que era fundamental lanzarse a este nuevo
territorio para no quedarse atrás: quien consiguiera dominar el espacio
demostraría su poder y su capacidad de hacer estallar una bomba atómica
en cualquier parte del globo.
Al principio, los soviéticos barrieron a los norteamericanos. El
mundo quedó atónito cuando en apenas un mes los soviéticos construyeron
el Sputnik 1 y el 4 de octubre de 1957 lograron poner
en órbita el primer satélite de la historia. Tan solo un mes después del
Sputnik los soviéticos lanzaron al espacio al primer ser vivo: la perra Laika, a bordo de una nave de 508 kilogramos.
Fundación de la NASA
Profundamente alarmado, el presidente Eisenhower puso toda la carne en el asador.
Dejó los cohetes en manos de los militares y del ex-nazi Von Braun,
multiplicó el presupuesto y fundó la NASA en julio de 1958. Por
entonces, los rusos ya habían enviado grandes sondas a la Luna. El
próximo paso lógico era enviar un hombre al espacio.
En mayo de 1958, los soviéticos arrancaron el proyecto Vostok (Este), para mandar un cosmonauta al espacio. Un mes después, la NASA arrancaba Mercury
con el mismo fin. Eisenhower ordenó seleccionar entre el cuerpo de
pilotos de pruebas a los mejores candidatos para ir al espacio. «Los
pilotos de pruebas tenían que poner al límite a sus máquinas», dijo
Logsdon. «Estaban acostumbrados a poner en riesgo su vida antes del
programa espacial».
A partir de 508 candidatos, Mercury seleccionó a 32 voluntarios. Les hizo el que probablemente fue el estudio médico y fisiológico más profundo hecho nunca
con pruebas realizadas por 30 laboratorios. Se confirmó que 31 de ellos
tenían una salud de hierro. Además de eso todos tenían en común no
medir más de 1,80, para caber en la nave.
Luego se les sometió a
pruebas extremas: «el objetivo era determinar su capacidad física y
psíquica de soportar el estrés asociado al espacio», dijo Robert B. Voas,
uno de los responsables de las pruebas. Los candidatos sufrieron tests
de presión, vibración, calor y ruido extremo. Se les metió en saunas y
se sumergió sus pies en agua helada y se les hizo inflar globos hasta
quedar exhaustos.
Tras superar aquella odisea, el 9 de abril de
1959 la NASA presentó a los siete primeros astronautas de la historia, a
los que se conoció como «Los Siete», enfundados en brillantes trajes
espaciales. El público estaba encantado, quería saber quiénes eran y qué
comían aquellos hombres.
A
los astronautas aún les esperaban dos años de duro entrenamiento.
Metidos en máquinas centrífugas, soportaron aceleraciones de 18 veces la
gravedad terrestre, de modo que un cuerpo de 70 kilogramos parecería
pesar lo que uno de 1.260. Hicieron pruebas de supervivencia en el desierto, la selva y las montañas.
Por último, se les instruyó en profundidad en aspectos técnicos del
cohete, en astronomía o matemáticas. Casi en paralelo, el programa
Vostok soviético también sometía a sus seis cosmonautas escogidos a
duras pruebas y entrenamientos.
Al
final, el titánico pulso entre la Unión Soviética y los Estados Unidos
se decidió a las 10.07 (hora local) del 12 de abril de 1961, en el
cosmódromo de Baikonur, en la actual Kazajistán. «¡Poyekhali! (¡Allá
vamos!)», gritó Yuri Alekséyevich Gagarin cuando el inmenso cohete
Vostok comenzó a rugir. Minutos después se convertía en el primer humano en el espacio y la URSS daba un gran golpe de efecto.
Veintitres días después, Alan Shepard,
uno de los siete americanos, logró hacer con éxito un vuelo suborbital.
Pero no fue hasta el 20 de febrero de 1962 cuando la NASA demostró que
también podía hacer orbitar al hombre, gracias a John Glenn.
Pero mientras estaba allí arriba, un error con el escudo térmico de la
nave hizo temer lo peor. Según escribió Charles Murray, «se pensó que iba a quedar calcinado y crujiente».
Glenn, incomunicado y sometido a un «terror controlado» aguantó y fue
recogido en el mar por un equipo de rescate de 26 barcos y 24.000
personas.
A pesar del mal comienzo, solo siete años después de aquello EE. UU. llevó al hombre a la Luna y ganó la carrera espacial.
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