A menudo, las explosiones estelares se
relacionan con supernovas, la espectacular muerte de algunas estrellas.
Pero nuevas observaciones llevadas a cabo con ALMA han proporcionado
información sobre explosiones que tienen lugar en el otro extremo del
ciclo de la vida estelar: el nacimiento de la estrella. Los astrónomos
han captado impresionantes imágenes mientras exploraban los restos del
nacimiento de un grupo de estrellas masivas, parecidos a fuegos
artificiales, demostrando que la formación de estrellas también puede
ser un proceso violento y explosivo.
A 1.350 años luz de distancia, en la constelación de Orión (el cazador), hay una densa y activa fábrica de formación de estrellas llamada Nube Molecular de Orión 1 (OMC 1, por sus siglas en inglés) que forma parte de la conocida nebulosa de Orión.
Las estrellas nacen cuando una nube de gas, cientos de veces más masiva
que nuestro Sol, comienza a colapsar bajo su propia gravedad. En las
regiones más densas, las protoestrellas se encienden y comienzan a
amontonarse sin control. Con el tiempo, algunas estrellas comienzan a
caer hacia un centro común de gravedad, dominado generalmente por una
protoestrella particularmente grande. Si antes de que puedan escapar de
su vivero estelar, algunas estrellas se acercan mucho entre sí, pueden
tener lugar violentas interacciones.
Hace unos 100.000 años, varias protoestrellas
comenzaron a formarse en las profundidades de OMC-1. La gravedad
comenzó a atraerlas entre sí a una velocidad cada vez mayor, hasta que,
hace 500 años, dos de ellas acabaron chocaron. Los astrónomos no están
seguros de si simplemente se rozaron o chocaron de frente pero, sea como
fuere, la potente erupción que se desencadenó hizo que tanto las
protoestrellas cercanas como cientos de colosales chorros de gas y
polvo, en forma de serpentinas, salieran despedidos hacia el espacio
interestelar a más de 150 kilómetros por segundo.
Esta interacción
cataclísmica liberó tanta energía como la que emitiría el Sol en 10
millones de años.
Quinientos años más tarde, un equipo de astrónomos liderado por John
Bally (Universidad de Colorado, EE.UU.) ha utilizado el conjunto de
antenas ALMA (Atacama Large Millimeter/submillimeter Array)
para mirar dentro del corazón de esta nube. En su interior vieron los
escombros arrojados hacia fuera desde el explosivo lugar de nacimiento
de este grupo de estrellas masivas, una versión cósmica de fuegos
artificiales con serpentinas gigantes que salían disparadas en todas
direcciones.
Se suponía que este tipo de explosiones eran de una duración
relativamente breve, de hecho los restos vistos por ALMA duran unos
pocos siglos. Pero, aunque son pasajeras, puede que estas explosiones
protoestelares sean relativamente comunes. Al destruir su nube parental,
estos eventos también podrían ayudar a regular el ritmo de formación de
estrellas en estas nubes moleculares gigantes.
Las primeras pistas sobre la explosiva naturaleza de los restos
descubiertos en OMC-1 se obtuvieron con el Conjunto Submilimétrico (Submillimeter Array), en Hawái, en 2009. Bally y su equipo también observaron este objeto en el infrarrojo cercano con el telescopio Gemini Sur, en Chile, desvelando la estructura en forma de serpentinas que se extiende a casi un año luz de extremo a extremo.
Sin embargo, las nuevas imágenes del ALMA muestran la naturaleza
explosiva en alta resolución, revelando importantes detalles sobre la
distribución y el movimiento a altas velocidades del gas de monóxido de carbono
(CO) dentro de esas estructuras en forma de serpentinas. Esto ayudará a
los astrónomos a entender la fuerza subyacente de la explosión, y qué
impacto podrían tener este tipo de eventos en la formación de estrellas
por toda la galaxia.
ESO
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