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¿De dónde vienen las galaxias? Tal vez no sea la pregunta más profunda que pueda hacerse, pero se le aproxima bastante. La astronomía del siglo XX se debatió entre dos hipótesis no ya diferentes, sino opuestas. Según la primera, las galaxias se formaron de arriba abajo, por fragmentación de unas nubes de gas aún más enormes que ellas; en la segunda ocurre al revés, que se originan de abajo arriba por la fusión de muchas nebulosas más pequeñas. Por muy dispares que parezcan las dos teorías, sin embargo, el factor determinante en ambas es la velocidad con la que giran en su tierna infancia. Si la rotación es rápida el resultado es una galaxia espiral como la nuestra, la Vía Láctea. Si es lenta, la atracción gravitatoria entre sus componentes se impone y tiende más bien a formar una esfera, lo que resulta en una galaxia elíptica como nuestra vecina Virgo A, a unos meros 50 años luz de nosotros.

Virgo A es una galaxia vulgar, al menos para los estándares cósmicos, pero desde nuestro punto de vista provinciano exhibe una peculiaridad valiosa: su centro, o su núcleo activo, reúne las mejores evidencias empíricas obtenidas hasta la fecha de la existencia de un agujero negro. No cualquier agujero negro, sino uno de los supermasivos que ocupan el centro de cualquier galaxia.

También la Vía Láctea tiene uno, pero ninguna galaxia es profeta en su tierra, y los científicos prefieren mirar a los agujeros negros de las galaxias vecinas para tener una mejor perspectiva. Los últimos datos de los telescopios espaciales proceden de otra de esas vecinas, la galaxia NGC1365. Puede resultar cacofónico, pero Virgo A tampoco es que sea un poema.

Resulta que la ontología de un agujero negro —su edad, su relación con la galaxia que lo rodea y hasta los mecanismos de su génesis— también está relacionada con su velocidad de giro, y los astrónomos han podido medirla con exquisita precisión por primera vez.

El monstruo que ocupa el centro de nuestra galaxia vecina ha resultado girar tan deprisa que, según calculan los científicos, no ha podido crecer lentamente durante los eones: solo pudo formarse en la infancia del universo. No mucho después del Big Bang en las escalas cósmicas.

Somos polvo, pero polvo de galaxias.
 
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