La búsqueda de inteligencia extraterrestre abarca o intenta abarcar
el rastreo de muchas clases diferentes de señales que pudieran delatar
la presencia de vida alienígena compleja, desde emisiones de radio a
destellos láser. Hasta ahora, no ha habido éxito. Sin embargo, una nueva
investigación sugiere que un fenómeno cósmico misterioso, descrito como
un fogonazo ultrabreve de ondas de radio, podría ser tal vez una prueba
de tecnología extraterrestre avanzada. En concreto, estos fogonazos
podrían ser fugas de colosales transmisores artificiales que estarían
energizando sondas interestelares.
Ilustración de una vela fotónica
impulsada por un haz de ondas de radio (en rojo) generado en la
superficie de un planeta. (Imagen: M. Weiss/CfA)
El primer fogonazo conocido de este tipo, originado fuera de nuestra
galaxia, fue detectado hace diez años, y los redactores de NCYT de
Amazings escribimos un artículo sobre él publicado el 16 de noviembre de
2007 (http://www.amazings.com/ciencia/noticias/161107d.html).
Aquel radiofogonazo llegó a la Tierra en 2001, pero fue en 2007 cuando
se le detectó al reanalizar datos de observaciones hechas por un
radiotelescopio desde Australia.
Desde entonces, se han detectado unos pocos más de estos misteriosos
pulsos ultrabreves de ondas de radio y la expectación en la comunidad
científica no ha dejado de crecer.
Estos fogonazos de radio son extremadamente brillantes, dada su corta
duración y teniendo en cuenta que se originan a grandes distancias, y,
en palabras de Avi Loeb del Centro para la Astrofísica, gestionado
conjuntamente por la Universidad de Harvard y el Instituto Smithsoniano,
en Estados Unidos todas estas instituciones, no se ha conseguido
identificar ninguna fuente natural que sea convincente. “Vale la pena
considerar e intentar comprobar un posible origen artificial”.
Como su descripción sugiere, los estallidos ultracortos de ondas de
radio son destellos de emisiones de radio de milisegundos de duración.
Desde 2007, han sido detectados en una veintena escasa de ocasiones
mediante radiotelescopios gigantes como el Observatorio Parkes en
Australia o el de Arecibo en Puerto Rico. Se ha inferido que se originan
en galaxias lejanas, a miles de millones de años-luz de distancia.
Loeb y Manasvi Lingam (Universidad de Harvard) han examinado la
viabilidad científica de crear un transmisor de radio lo bastante
potente como para ser detectable a lo largo de tales distancias
inmensas. Y han hallado que si el transmisor estuviera alimentado con
energía solar, la luz que incidiese en un área de un planeta con un
tamaño el doble de grande del de la Tierra sería suficiente para generar
la energía necesaria.
Lingam y Loeb también han calculado si las tremendas energías
implicadas en un emisor de esta magnitud fundirían la estructura
subyacente, y lo que han encontrado es que una refrigeración por agua en
un tamaño que también sería el doble del de la Tierra permitiría
aguantar el calor.
Un proyecto de construcción con dimensiones tan enormes está muy
alejado de nuestra tecnología actual, pero podría resultar factible para
una civilización más avanzada que la nuestra. Y, en cualquier caso, es
científicamente posible.
Acerca de las razones para construir dicho emisor, Lingam y Loeb
opinan que el uso más razonable de tal energía estaría en impulsar naves
equipadas con velas fotónicas interestelares. La cantidad de energía
implicada sería suficiente para empujar una carga de un millón de
toneladas, o unas 20 veces el peso de los mayores transatlánticos de la
Tierra, los vehículos más grandes construidos por la civilización
humana.
Tal como Lingam explica, esas hipotéticas naves espaciales
resultarían lo bastante grandes como para no limitarse a ser meras
sondas espaciales, pudiendo transportar a bordo pasajeros vivos a través
de distancias interestelares e incluso intergalácticas, con todo lo
necesario para asegurar su supervivencia, acaso con generaciones de
colonos naciendo y muriendo a bordo hasta llegar a destino.
Acerca del motivo por el cual el funcionamiento de tales emisores
colosales podría producir los radiofogonazos ultrabreves detectados,
Lingam y Loeb tienen también una explicación. Para impulsar una vela
fotónica, el emisor necesitaría enfocar el rayo sobre ella de forma
continua. Sin embargo, inevitablemente la vela, el planeta emisor, la
estrella a la que orbitase y la galaxia anfitriona, se moverían todos
respecto a nosotros. Esto provocaría que en algunas ocasiones desde la
Tierra pudiéramos captar un resquicio de la emisión; el haz de ondas, al
barrer el cielo, podría apuntar hacia nuestra dirección durante un
instante fugaz.
Los autores de estudio proponen que las repetidas apariciones de un
haz de este tipo que fueran observadas pero que no pudieran ser
explicadas por sucesos astrofísicos cataclísmicos, podrían constituir
indicios de un posible origen artificial.
Loeb admite que las conclusiones de esta investigación son meramente
especulativas. Cuando se le pregunta sobre si realmente cree que algunos
de los fogonazos son debidos a tecnología extraterrestre, contesta: “La
ciencia no es una cuestión de creencia, sino de pruebas”.
NCYT
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