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» » ¿Por qué nos gusta la música?



El domingo pasado nos acercamos un momento al círculo de Bellas Artes de Madrid, donde el Círculo Bach organizaba uno de sus encuentros mensuales. Tocaban (y cantaban) obras de uno de los hijos de Bach, de Haendel y del mismo Johann Sebastian Bach. Tras la música volví a casa pensando plantear la pregunta de este domingo.

La música del hijo de Bach era bella, las canciones de Haendel, maravillosas, pero en cuanto empezó a sonar la sonata no. 129 de J.S. Bach, la sensación cambió radicalmente: eso era música.

Vivo rodeado de jóvenes. Oigo (que no escucho) las canciones que oyen y pienso, que pena, sólo escuchan la parte más elemental y primitiva de la música. Deberían dejar de lado los prejuicios y tratar de escuchar música de verdad. Pero...

En los casos de Alzheimer, las personas llegan a olvidar sus nombres, los de sus hijos, casi todo, pero recuerdan con mucha frecuencia las canciones que conocían de niños y jóvenes. Sus cerebros retienen el control de las funciones corporales y mantienen la conciencia de la música.

¿Cuáles son los elementos de la música? El primero, y más primitivo, es el ritmo. Un sonido repetido una y otra vez, hecho con las palmas de las manos, con los piés o, en el caso de los grillos o de las chicharras, frotando las patas o los élitros de las alas.

Cuando oímos los sonidos, éstos son convertidos en señales eléctricas en el oído interno, mediante vibraciones de microscópicos pelillos que entran en el líquido del caracol de éste. Las vibraciones generan corrientes iónicas (como la luz de láser reflejada en la superficie de un DVD genera corrientes electrónicas) que llegan a un conjunto de neuronas y allí generan enlaces, circuitos iónicos, mediante la unión de dendritas de unas neuronas con las de otras. Al final, como todo lo que almacenamos en el cerebro y como los programas de control que mantienen vivo a nuestro cuerpo, la música que escuchamos y almacenamos no es más que secuencias de señales eléctricas en circuitos neuronales del cerebro.

Nuestro cerebro asigna algunas señales externas al cuerpo, o internas, a procesos de reacción muscular. El niño que ha nacido hace un par de días empieza a quedarse sin recursos energéticos. Necesita ingerir calorías y proteínas. Los centros de control de la zona del estómago (esencialmente el páncreas) envían señales iónicas al cerebro y este reacciona según un programa grabado en algunos de sus circuitos neuronales por el ADN de sus células, enviando señales a los pulmones que expulsan aire al mismo tiempo que la tráquea se comprime para que el aire al pasar por el estrechamiento genere sonido. El crío (y las crías de todos los mamíferos) llora y la madre responde inmediatamente proporcionándole leche. La señal del páncreas se clasifica como ''dolor'', la de la boca al recibir la leche como ''placer''.

El cerebro monitoriza constantemente las señales periódicas que recibe en primer lugar del corazón, en segundo lugar de una multitud de otros órganos de cuerpo. Si la secuencia es ordenada, rítmica, la respuesta es: Todo va bien, ''placer''.

Si hay arritmias, el cerebro pone en marcha todo el programa de defensa ante emergencias: Siente ''dolor''.

Experimentemos. Acerquémonos una aguja de coser o la espina de un rosal a la yema del dedo. Al realizarse el contacto los músculos y tendones que controlan el movimiento del dedo lo retiran en un tiempo de unos milisegundos. El cerebro registra ''dolor''.

La caricia de la madre en la mejilla del niño, o en la misma yema del dedo, genera corrientes iónicas pero la sensación es sencillamente ''proximidad de quien nos protege'' igual a ''placer''.

El ritmo de las palmadas, de los pies golpeando en un suelo rígido, genera, a través de las vibraciones de las fibrillas del caracol del oído, señales periódicas de baja frecuencia y baja intensidad similares en sus características a las del corazón (una frecuencia de 1 hertzio, que no traslada el oído hacia el cerebro, pero que sienten nuestros dedos, de la misma forma que los infrarrojos no los detecta la retina pero si la piel de las manos).

Si el ritmo sube a miles de hertzios (número de vibraciones por segundo) las señales empiezan a ''ser molestas'' y se convierten en insoportables si además se hacen intensas. Los sonidos agudos (de alta frecuencia) los producen insectos peligrosos, serpientes o vientos intensos que pueden hacernos caer de los árboles o romper las ramas de éstos.

Todos los sonidos, si alcanzan el oído con intensidades iguales o superiores a 130 decibelios, rompen materialmente las células del mismo. Es muy difícil generar sonidos de baja frecuencia y de alta intensidad, pero los sonidos de alta frecuencia se pueden producir con muy altas intensidades sin demasiado problema, en la naturaleza y en la técnica. El cerebro rechaza, huye de los sonidos agudos intensos, le causan ''dolor''.

Tenemos así que a un nivel muy elemental de la programación cerebral, los sonidos rítmicos de no muy alta intensidad (entre 40 y 110 decibelios) se interpretan como ''placer''.

Todos los placeres son esencialmente los mismos que los de las ''drogas'': Generación de señales cerebrales similares a las placenteras del cuerpo. El problema de las drogas es su capacidad de forzar al cerebro a la búsqueda de placer con exclusión de cualquier otra actividad. O en casos extremos como el alcohol, el tabaco o el opio/heroína el daño químico del cuerpo.

En este sentido la música es una droga muy blandita, pero es una droga en el sentido de estimular el placer en los centros elementales del cerebro.

La música empieza con el ritmo. De hecho los sonidos placenteros son las notas musicales que son variaciones muy regulares como los senos y cosenos de la trigonometría, de las matemáticas. La estructura geométrica del caracol hace que sólo podamos discriminar un número pequeño de las frecuencias posibles de los sonidos que nos llegan a los oídos. El La central de la escala musical europea es una señal sinusoidal de 440 Hz. Por debajo tenemos los La's de 220, 110 y 55 Hz. Por encima 880, 1760, 3520, 7040 y 14080 Hz. Por encima de esta última nota sólo algunas personas oyen algo. Y la música que de verdad oímos sin esfuerzo está alredor de los 1000 Hz. Entre cada dos La's la mayoría de las personas sólo distinguen 12 otras frecuencias: Separadas entre sí unos 4.6 Hz entre 55 y 110, y unos 293 Hs entre 3520 y 7040 Hz. Los llamamos semitonos y hay 12 entre cada dos La's. Se supone que en el flamenco se producen y escuchan cuartos de tono, pero esto es aún algo debatido. Pero menos de un cuarto de tono no ha sido nadie nunca capaz de identificarlo.

Tenemos pues los propios sonidos que ya ellos mismos son rítmicos, con frecuencias digamos medias y altas. Pero estos sonidos se pueden repetir a su vez con frecuencias mucho mas bajas. Nadie puede batir palmas 20 veces por segundo. Quizás podamos llegar a 8 Hz, pero no mucho más y evidentemente durante menos de un minuto. Lo más normal es que los ritmos, las repeticiones y secuencias de los tonos y semitonos que producimos sean de mucha menor frecuencia. Alrededor de los 5 Hz, unas cuantas veces el ritmo del corazón.

Pues bien, estos primeros ritmos utilizando los tonos de la música son frecuentes en las sociedades que no han considerado necesario complicarse la vida. Al ritmo de las palmadas o de los golpes de los pies, las personas pueden moverse durante horas hasta que los cuerpos demandan descanso para eliminar los desechos metabólicos.

Esto ocurre a nivel muy profundo en el cerebro. Pero en los seres humanos las estructuras neuronales se desarrollaron en exceso sobre el cerebro básico o elemental. La monitorización de las funciones corporales elementales se hace en el cerebro elemental, pero la de las funciones cerebrales elementales se hace en capas que llegan al neocortex, la estructura neuronal mas moderna y característica de los seres humanos.

El placer en el neocortex es el aprendizaje constante. El niño, además de demandar leche y grabar consciente e inconscientemente todo lo que ve, escucha, siente, gusta y huele, empieza pronto a preguntar. Por un lado siente un enorme placer en descubrir cosas nuevas, por otro, como con las caricias de la madre, gusta en re-estimular los circuitos neuronales creados con lo que cada vez va aprendiendo, hasta un cierto punto. Los estímulos repetidos de las caricias, además del movimiento iónico en los circuitos neuronales, generan una concentración exagerada de los iones sodio y potasio en las terminaciones nerviosas, de forma que al final se rechazan aquellas. Similarmente, el repetir el mismo cuento de Blancanieves, o Peter Pan, o cualquier otro, en un intervalo corto de tiempo, acaba siendo rechazado. El placer tiende hacia las innovaciones más que a la repetición de las mismas señales.

En la música, los ritmos se encadenan variando constantemente. Esto es la melodía y pasamos de la música primitiva a la la sucesión rítmica de tonos diversos. Las melodías se pueden ir complicando cada vez más, pues son ritmos que pueden alargarse horas y días en el tiempo, sin repetirse nunca. Pero los buenos músicos saben, instintivamente, que el placer está en la innovación CON la repetición. La tetralogía de Wagner dura unas 15 horas en las cuales las melodías aparecen en una mezcla maravillosa de nuevas y repetidas en los ''leit-motiv''.

Tras la melodía individual se pueden hacer sonar y se pueden escuchar de 2 a 4 melodías simultáneas, en casos excepcionales 6, pero no más de este número. Lo mismo que el caracol de nuestros oídos no discrimina sonidos de menos de un medio (y quizas de un cuarto) de tono, nuestro cerebro, bastante limitado hasta que aparezca otra especie que supere al 'Homo sapiens', no es capaz de aceptar, por lo general, más de cuatro melodías simultáneas, y SOLAMENTE cuando las melodías están bien conjuntadas. Esto ocurre esencialmente en la obra de Bach. Antes de él y después de sus creaciones no ha habido músicos tan hábiles como él para conseguirlo. Otras músicas tienen otras características pero sólo la de Bach es perfecta en cuanto música.

En '2001: Una Odisea del Espacio', cuando la nave sale del sistema solar en un viaje casi eterno hacia su destino, el único ser humano que queda en la nave deja de leer, de observar, de pensar y sólo se mantiene conectado con el exterior de su cuerpo escuchando la música de Bach.

El ser humano es un creador. Antes de Bach no había esa música en el universo. Tras Bach hay algo nuevo que no han formado el movimiento y la radiación de las estrellas, sino la mente humana. Somos creadores, y es una inmensa tristeza que en vez de crear, un número considerable de seres humanos se dedique a destruir.

Siempre nos queda la musica.


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