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» » El descubrimiento de los rayos X



Wilhelm Conrad Röntgen (1845-1923) 

En diciembre de 1985 Wilhelm Conrad von Röntgen escribe:
"Si se deja pasar una descarga de una gran bobina de Ruhmkorff a través de un tubo al vacío (...) y se recubre el tubo con un abrigo de cartón negro delgado lo suficientemente ajustado, se observa en la habitación completamente oscura que una pizarra de papel recubierto con platinocianuro de bario llevado a las proximidades de aparato se ilumina fuertemente volviéndose fluorescente con cada descarga (...) Esta fluorescencia es todavía visible a dos metros del aparato. Se convence uno de que esta fluorescencia proviene del aparato de descargas y de ningún otro lugar de la conducción eléctrica."
 

Laboratorio de Röntgen en Wurzburg donde descubrió los rayos X

El hecho de que el cartón negro sea permeable al agente que ilumina la pizarra sorprende a Wilhelm. Enseguida se da cuenta de que otros cuerpos dejar pasar el agente.

Un día colocó su mano entre el aparato y la pizarra; se da cuenta de que además de la sombra de su mano, puede ver, con más claridad la sombra de sus huesos. ¡Descubrimiento impactante, una maravilla! A partir de entonces se podría ver dentro de los seres vivos sin tener que destriparlos.

Wilhelm Röntgen desconoce el tipo de radiación que constituye los rayos y los llama rayos X, como si fueran una incógnita matemática. Avanza, sin embargo, que deben ser un tipo de radiación similar a la luz pero mucho más penetrante.

Posteriormente se descubre la naturaleza electromagnética de los rayos X y se les bautiza como rayos Röntgen, pero el misterioso nombre "rayos X" ha calado tanto, que es imposible cambiarles el nombre.

Más tarde se haría honor a este físico llamando röntgen a la unidad de medida de la intensidad de las radiaciones de alta frecuencia (rayos X y gamma).

Röntgen estaba trabajando solo en su laboratorio personal la tarde del viernes 8 de noviembre de 1895. Buscaba aclarar la naturaleza de los rayos catódicos, si eran partículas o eran ondas.

Para observar la trayectoria de los rayos catódicos generados en un tubo de vacío colocaba en su camino una pantalla fluorescente. El brillo verde pálido en la zona de la pantalla donde incidía la radiación podía ser difícil de ver, de modo que el laboratorio estaba meticulosamente oscurecido y el propio tubo de rayos catódicos estaba cubierto con una pantalla de cartón negro para bloquear la luz de la descarga de chispa utilizada para generarlos. En la oscuridad, Röntgen advirtió un punto de luz parpadeante a cierta distancia del banco. ¿Había un agujero en las cortinas negras? No había ninguno.

Una inspección más detallada reveló que lo que estaba parpadeando era una letra pintada con material fosforescente en una tarjeta. Röntgen sabía que los rayos catódicos no podían atravesar más de un metro de aire fuera del tubo de vacío. Por lo tanto, debía ser una radiación secundaria la que había atravesado la pantalla de cartón sin ningún impedimento. Röntgen puso entonces en el camino de los rayos un naipe de la baraja que se mostró transparente a los mismos como, de hecho, también lo hizo el mazo de cartas entero. Un libro arrojó sólo una débil sombra en la pantalla iluminada, lo que reveló a Röntgen que los rayos viajaban en línea recta. Cuando a continuación sostuvo una pequeña lámina de plomo frente al haz quedó sorprendido al observar, detrás de la sombra del plomo, el perfil de sus dedos y la imagen de sus huesos internos.

Sin duda, Röntgen debió reconocer instantáneamente que había hecho un descubrimiento que iba a resquebrajar la suave superficie de la física del siglo XIX. Röntgen demostró esa misma tarde trascendental que la radiación se originaba en el punto en donde los rayos catódicos golpeaban la pared del tubo y que a diferencia de los rayos catódicos, no era desviada por un campo magnético y no llevaba carga eléctrica.

A esta radiación Rötgen la llamó "rayos incógnita", o lo que es lo mismo: "rayos X" ya que no sabía ni lo que eran, ni cómo eran provocados. Rayos desconocidos, un nombre que les da un sentido histórico. De ahí que muchos años después, pese a los descubrimientos sobre la naturaleza del fenómeno, se decidió que conservaran ese nombre.

Röntgen apenas salió de su laboratorio durante las semanas siguientes. Obtuvo imágenes de varios objetos, incluyendo (para consternación de ella) la mano de su mujer. El 22 de diciembre de 1895, un día memorable, se decide a practicar la primera prueba con humanos. Puesto que no podía manejar al mismo tiempo su carrete, la placa fotográfica de cristal y exponer su propia mano a los rayos, le pidió a su esposa que colocase la mano sobre la placa durante quince minutos. Al revelar la placa de cristal, apareció una imagen histórica en la ciencia. Los huesos de la mano de Berta, con el anillo flotando sobre estos: la primera imagen radiográfica del cuerpo humano. Así nace una de las ramas más poderosas y excitantes de la Medicina: la Radiología.

Algunos como Kelvin pensaron que se trataba de un fraude, pero pronto llegaron confirmaciones de todas las partes del mundo y muchos pensaron en el potencial que podían tener los rayos X y sus riesgos.

  • Continuando con el tema…
DEMOSTRACION A SUS COLEGAS

Röntgen publicó los resultados de sus investigaciones a finales de diciembre en una comunicación a la Sociedad de Física y Medicina de Wurzburg con el título "Über eine neue Art von Strahlen" ("Sobre un nuevo tipo de rayos") 

La narración comienza en Berlín el año 1895. En el estrado de un aula de la Universidad, cierto ayudante de laboratorio estaba ocupado instalando, sobre una enorme mesa de roble, unos aparatos a los que enchufaba las clavijas de unos conductores eléctricos, según era necesario para la demostración de aquella mañana.

El aula, en forma de anfiteatro, se elevaba por la parte de atrás y los asientos estaban dispuestos sobre unas gradas semicirculares que descendían hasta el estrado.

Mientras el ayudante realizaba estas operaciones, se llenó rápidamente el aula con los estudiantes, profesores e invitados llegados de varios países. Muchos, después de buscar en vano un asiento, decidieron sentarse, muy apretados, en las mismas gradas; los que llegaron más tarde se quedaron de pie junto a las paredes laterales. Oíase una mezcolanza de idiomas hablados por los asistentes, quienes con manifiesta nerviosidad comentaban la demostración científica que habían venido a presenciar.

Cuando el citado joven se acercó a la mesa del laboratorio y requirió, mediante una señal, la atención de los circunstantes, se hizo inmediatamente el silencio en el aula. Salió un hombre de baja estatura de una puerta lateral, dando grandes zancadas, y los asistentes, todos a una, se pusieron en pie en señal de respeto hacia el gran científico alemán.

En cuanto éste llegó al centro de la mesa, su joven asistente dijo: Señoras y caballeros, el Profesor solicita respetuosamente su atención».

Los asistentes se sentaron. Reinaba un silencio impresionante en la espaciosa sala. El profesor aclaró su garganta, lanzó una mirada alrededor del aula con ojos centelleantes, y comenzó su conferencia.

Empleando términos muy escogidos, habló exactamente quince minutos. De cuando en cuando se volvía a la pizarra para escribir en ella ecuaciones matemáticas. En su breve disertación informó a sus oyentes de los principios y las evidentes deducciones científicas que le llevaron al descubrimiento que iba a anunciar y demostrar aquella mañana.

Al terminar sus observaciones, el profesor pidió a tres especialistas que se acercaran. Las luces del hemiciclo fueron amortiguadas. Todos los presentes se adelantaron un poco y se esforzaron por ver lo que ocurría en el espacio semioscuro destinado a la demostración.

De repente se encendieron las luces y el profesor abandonó el aula con la misma decisión con que había entrado en ella. El auditorio sentóse entonces y esperó en silencio con tanta tensión, que pareció transcurrir un largo rato. Al fin volvió el profesor. Se detuvo detrás de la mesa y levantó en alto, para que todos pudieran verlo bien... un negativo: ¡la primera fotografía impresionada por los rayos X!

Todos los asistentes permanecieron unos instantes con los ojos fijos en la placa, donde se distinguían los huesos de la mano. Inmediatamente después se desató una tormenta humana. El público, voceando de entusiasmo y aplaudiendo a grandes oleadas, se abalanzó hacia el estrado para felicitar al profesor e inspeccionar su aparato de rayos X.

Al día siguiente de aquella pública demostración de los rayos X, el negativo en cuestión estuvo expuesto en el escaparate de una librería de la Wilhelmstrasse, la calle más distinguida de Berlín.

Cierto hombre de ciencia comentó al contemplar la fotografía obtenida con rayos X:
- Hoy hemos llegado a la cumbre de los descubrimientos científicos. Quedan ya pocas cosas por descubrir. 
  Un caballero que estaba junto a él, confirmó:
- Sí, es verdad. Y esto no puede menos de entristecerme un poco; a las generaciones futuras ya no les queda nada nuevo que descubrir."
Este hombre era Wilhelm Conrad Röntgen y en 1901 fue galardonado con el premio Nobel por su descubrimiento.

Así es como se narra el anuncio del descubrimiento de una de las aplicaciones de los rayos X en un curioso libro de Lynn Poole editado en 1965 titulado: "Las fronteras de la ciencia"

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