Estadísticamente es improbable que un asteroide de tamaño kilométrico
impacte contra la Tierra provocando unas consecuencias devastadoras.
Sin embargo, sí que es más probable que objetos de algunas decenas de
metros alcancen la atmósfera e incluso la superficie terrestre.
Imagen polarizada del meteorito Cheliábinsk. (Foto: JOAN COSTA/CSIC)
Hoy, científicos del CSIC han presentado los resultados de un estudio
cuyo objetivo final es reunir la información necesaria que ayude en el
futuro a desviar asteroides antes de que puedan entrar en contacto con
la Tierra. La investigación se publica en la revista The Astrophysical
Journal.
Se trata de un estudio internacional liderado por Josep María Trigo y
Carles Moyano, del Instituto de Ciencias Espaciales del CSIC (España).
La investigación ha tenido como objeto los restos del meteorito
Cheliábinsk, “un meteorito único y que despertó conciencias”, explica
Josep María Trigo.
Este asteroide explotó sobre la ciudad rusa de Cheliábisnk en febrero
de 2013, impactando a 80 kilómetros de la localidad. Se trata de un
objeto de unos 18 metros de diámetro cuya onda expansiva provocó muchos
daños materiales y cientos de heridos leves.
El meteorito es de una clase conocida como condrita ordinaria,
representativa, según los investigadores, del tipo de materiales de los
que están formados los objetos potencialmente peligrosos y que permite
estudiar su estructura interna y cualidades mecánicas.
Además, Moyano apunta que estos materiales recuperados se obtuvieron
muy pronto y se encuentran en muy buenas condiciones, lo que facilita el
estudio.
La información obtenida sobre las propiedades materiales de las zonas
del asteroide, su dureza, elasticidad y resistencia a la fractura, son
muy importantes para el éxito de una posible misión en la que se quiera
desviar un asteroide que pueda impactar contra la Tierra.
Usando una técnica llamada nanoindentación, los científicos han
realizado pequeñas punciones en muestras del meteorito, con una presión
determinada, midiendo la profundidad y la elasticidad del material.
“En función de cómo responde el meteorito, si impide mucho que la aguja penetre o si, cuando la ajuga sale, el meteorito recupera su forma, nos da información sobre hasta qué punto es duro, blando o elástico es el material”, explica Moyano.
Durante la investigación se han detectado zonas más claras y zonas
más oscuras en el material. El estudio de sus cualidades mecánicas
determina cuál es la mejor zona para recibir un impacto y desviarlo
fácilmente.
Según los datos del estudio, las zonas claras son más elásticas, y,
probablemente, “mejores para provocar un impacto y desviar el asteroide
que las zonas oscuras”, apunta Moyano.
Aunque Trigo define la atmósfera de la Tierra como “un magnífico
escudo”, lo cierto es que se han identificado cerca de 15.500 objetos
próximos a la Tierra. De ellos, unos mil pueden ser considerados objetos
potencialmente peligros y 876 poseen un diámetro de más de un
kilómetro.
“Tunguska y Cheliábinsk son claros ejemplos de los materiales que acechan la vida en la Tierra. Hasta ahora hemos sido afortunados porque cayeron en zonas relativamente deshabitadas”, explica Josep María Trigo.
Desde la Agencia Espacial Europea (ESA) se trabaja en la Asteroid
Impact Mission (AIM), en la que participan también varios expertos de
este estudio. Como explica Trigo, la misión se basa en desviar
asteroides mediante un proyectil cinético sin involucrar ningún tipo de
explosión atómica, algo que está prohibido por convenios
internacionales.
La misión AIM tiene prevista su lanzamiento en 2020 para llegar al
asteoride Didymos para continuar las investigaciones, aunque la ESA
continua buscando financiación tras la negativa de los ministros
europeos a financiarla. “La idea es que este estudio nos sirva para
comprender cuál va a ser la mayor eficiencia para que, mediante el
impacto, se pueda desviar el meteorito de manera preferente”, cuentan
los autores.
Aun así, una misión para desviar un asteroide de cierta magnitud
mediante este tipo de proyectiles, solo podría reaccionar contra un
objeto identificado en un plazo de meses. “En el caso de objetos como el
2008 TC3, que se detectó en cuestión de horas, no hay nada que hacer.
Se pueden realizar programas paliativos”, cuenta Trigo.
Lo importante es descubrir estos asteroides con suficiente
antelación. Como apunta Trigo, es clave poner en órbita telescopios
basados en infrarrojos que nos ayuden a descubrirlos incluso con años de
antelación.
“Telescopios que puedan trabajar en cualquier dirección del espacio, no sólo limitados por las geometrías que nos permiten los telescopios actuales. Por ejemplo en dirección al Sol no podemos seguir y descubrir nuevos objetos”.
SINC
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